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Pensar la educación en un país inmerso en un contexto social tan conflictivo y complejo como lo puede ser el colombiano, es una tarea que se debe asumir con precaución; ya que antes de lanzarnos en su defensa es pertinente aclarar nuestra concepción respecto a ésta: considerándola como un espacio de construcción y reflexión del ser.

Dentro de todas aquellas políticas que penden sobre nosotros amenazando con poner en peligro la educación, existen dos aspectos realmente preocupantes. Estos no se relacionan directamente con la desfinanciación de las instituciones que históricamente han cumplido esta labor de vital importancia; sino, con el desmejoramiento de la calidad y con la puesta en marcha de un siniestro sistema encaminado a formar hombres: acríticos, sumisos, con un bajo capital cultural e incapaces de concebir su propia existencia fuera de las fronteras del mercado.

El primero de esos aspectos esta relacionado con la desaparición a futuro (por lo menos en las instituciones públicas) de todas aquellas áreas que carezcan de gran demanda laboral como lo son por ejemplo: las artes y las ciencias humanas (artes plásticas, música, filosofía, antropología, historia, etc.) de esta manera la principal función de la educación se desplaza deliberadamente de la formación personal a la capacitación laboral de los individuos.

La segunda de estas políticas busca la estandarización de los programas educativos en todos los niveles de formación mediante una figura ya un poco familiar para nosotros como las competencias. Es así como el Estado determina el tipo, la cantidad y el nivel de los individuos que “fabricará” el sistema educativo.

Para nosotras es claro que todas estas medidas tenidas por buenas y deseables, son sólo una pequeña muestra de cómo aquellas decisiones políticas que muchos quieren evadir, inciden en todos los ámbitos de nuestra vida, sin darnos cuenta que nuestras posibilidades inmediatas están determinadas por decisiones que toman otros, e ingenuamente confiamos en que éstas serán las mejores para todos.

La situación real es una lucha desarticulada y disfuncional, desinformación o desinterés, inconciencia o impotencia, no existen las armas necesarias para afrontar lo que se vive.

Inquietos por la situación social y política que afronta la comunidad universitaria y el país en general, nos reunimos para manifestarnos como individuos pensantes. Paros, marchas, foros, asambleas,… qué tan lejanos estamos de una realidad que puede tanto evadirse como asumirse. Inmersos en esta nueva problemática y compartiendo los mismos intereses; decidimos plantear una acción que insertara la actividad plástica en el contexto político.

Es así como se realizó una convocatoria donde se le pedía a cada persona que se desprendiera de algo en apariencia insignificante, como era un pedazo de tela, y se le invitaba a llevarlo a la plaza “Che” con el fin de coserlo para vestir a la educación pública. Una procesión de seis personas que cosían mientras caminaban y un hombre desnudo se unieron a la marcha recorriendo en silencio la calle 26, para regresar a la Che, juntar los mantos hasta el momento realizados y continuar toda la tarde sumando retazos a la colcha, en un acto simbólico de trabajar para proteger el cuerpo de ese ser indefenso.

Sin embargo, a pesar de lo importante que era para nosotros poder llevar la acción a buen termino consideramos más interesante entender el lugar y su especificad no sólo como un espacio físico, sino social.. La reunión de personas de diferentes áreas, edades e intereses en torno a la costura, fue más significativo que la acción en sí misma (el acto simbólico que le daba inicio), ya que coser lleva a un estado de reflexión que impregna este acto de sentido mediante el dialogo y el intercambio de pensamiento

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